"El absurdo beckettiano es el equivalente al absurdo iluminador del koan zen, que lleva al silencio, y desde el silencio, preámbulo de la nada, conduce al adepto a una revelación. Nada menos podía esperarse de un hombre que hizo del silencio su lenguaje" (Isaí Moreno en "Film: el no-film de Samuel Beckett")
Desde luego, es tentador comparar con el zen el intento destructor del ego por parte de Beckett. Pero de tal comparación no podemos obtener más que diferencias profundas e insalvables. La principal - y fundamental - reside en el concepto de hombre y realidad, y en el sentido de la vida: mientras para Beckett la vida es un sinsentido, un absurdo en definitiva, para el budismo la vida del hombre es la oportunidad de realizar la iluminación, es decir, por medio de la sabiduría y la compasión alcanzar la liberación del samsara, de los engaños de los sentidos.
En Beckett solo encontramos el uso desintegrador del lenguaje. Parece decirnos: "puesto que el yo egocéntrico se hace fuerte en la palabra y encuentra su identidad en el lenguaje, desmontemos esa patraña". Pero no lo hace para buscar alternativa a la inexistencia del yo, sino para poner de manifiesto el sinsentido de la vida y de ahí el absurdo. El budismo (y el zen como variante), en cambio, una vez reconocida la ilusión samsárica del yo, reinterpreta el mundo y la vida en términos éticos que dan sentido a la existencia y la trasciende. Mientras el pensamiento nihilista beckettiano conduce a la inacción que encontramos en la espera absurda de Vladimir y Estragón en "Esperando a Godot" o la inanición-autodestrucción del género humano de "Final de partida", el recto pensamiento budista y el conocimiento correcto lleva a considerar la vida como un encuentro con 'nuestros semejantes=Todo' en un intento compasivo por conseguir la budeidad, que es perfección porque es trascendencia: liberación de la raíz del sufrimiento aquí y ahora (en esta existencia), en una ininterrumpida creación de energía, más allá del espacio-tiempo (karma).