[...] el budismo sostiene que las aflicciones mentales y emocionales pueden ser eliminadas mediante el cultivo de fuerzas que actúan como antídotos, como el amor, la compasión, la tolerancia y el perdón, así como con prácticas como la meditación.
Ya había oído hablar al Dalai Lama de la naturaleza fundamental de la mente y de su capacidad para eliminar nuestras pautas negativas de pensamiento. Había comparado la mente con un vaso de agua sucia; los estados mentales aflictivos eran las «impurezas», que podían ser eliminadas para revelar la fundamental naturaleza «pura»del agua. Esto parecía un tanto abstracto, así que le interrumpí, impulsado por preocupaciones prácticas.
-Supongamos que uno acepta la posibilidad de eliminar las emociones negativas y empieza a dar pasos en esa dirección. A partir de nuestras conversaciones, sin embargo, me doy cuenta de que sería preciso un tremendo esfuerzo para erradicar ese lado oscuro: estudio, contemplación, aplicación constante de antídotos, intensas prácticas de meditación, etcétera. Eso puede ser apropiado para un monje o para alguien capaz de dedicar mucho tiempo y atención a esas actividades. Pero ¿qué sucede con la persona corriente, que tiene una familia y un trabajo, que quizá no disponga de suficiente tiempo? ¿No sería más adecuado para esas personas tratar de vivir con sus emociones manejándolas adecuadamente, en lugar de intentar erradicarlas por completo? Sucede aquí lo mismo que con los enfermos de diabetes. Quizá no dispongan de los medios para alcanzar una cura completa, pero si vigilan su dieta, toman insulina, etcétera, pueden controlar la enfermedad y evitar las secuelas negativas.
-¡Sí, precisamente de eso se trata! -me respondió con entusiasmo-. Estoy de acuerdo con usted. Lo que podamos hacer para reducir la influencia de las emociones negativas, por poco que sea, siempre será muy útil, puede ayudar a llevar una vida más satisfactoria. Mire, un laico cargado de obligaciones familiares y laborales puede alcanzar, no obstante, un alto grado de realización espiritual. Ha habido personas que no iniciaron una práctica seria hasta un período avanzado de su vida, cuando ya tenían cincuenta o incluso ochenta años, a pesar de lo cual pudieron convertirse en grandes maestros.
-¿Ha conocido personas que hayan alcanzado esa condición? -le pregunté.
-Es difícil reconocerlos. Los verdaderos practicantes nunca alardean -contestó riéndose.
En Occidente son muchas las personas que consideran las convicciones religiosas como una fuente de felicidad; el enfoque del Dalai Lama, sin embargo, es fundamentalmente distinto al de muchas religiones occidentales, ya que depende mucho más del razonamiento y la formación de la mente que de la fe.
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Ya había oído hablar al Dalai Lama de la naturaleza fundamental de la mente y de su capacidad para eliminar nuestras pautas negativas de pensamiento. Había comparado la mente con un vaso de agua sucia; los estados mentales aflictivos eran las «impurezas», que podían ser eliminadas para revelar la fundamental naturaleza «pura»del agua. Esto parecía un tanto abstracto, así que le interrumpí, impulsado por preocupaciones prácticas.
-Supongamos que uno acepta la posibilidad de eliminar las emociones negativas y empieza a dar pasos en esa dirección. A partir de nuestras conversaciones, sin embargo, me doy cuenta de que sería preciso un tremendo esfuerzo para erradicar ese lado oscuro: estudio, contemplación, aplicación constante de antídotos, intensas prácticas de meditación, etcétera. Eso puede ser apropiado para un monje o para alguien capaz de dedicar mucho tiempo y atención a esas actividades. Pero ¿qué sucede con la persona corriente, que tiene una familia y un trabajo, que quizá no disponga de suficiente tiempo? ¿No sería más adecuado para esas personas tratar de vivir con sus emociones manejándolas adecuadamente, en lugar de intentar erradicarlas por completo? Sucede aquí lo mismo que con los enfermos de diabetes. Quizá no dispongan de los medios para alcanzar una cura completa, pero si vigilan su dieta, toman insulina, etcétera, pueden controlar la enfermedad y evitar las secuelas negativas.
-¡Sí, precisamente de eso se trata! -me respondió con entusiasmo-. Estoy de acuerdo con usted. Lo que podamos hacer para reducir la influencia de las emociones negativas, por poco que sea, siempre será muy útil, puede ayudar a llevar una vida más satisfactoria. Mire, un laico cargado de obligaciones familiares y laborales puede alcanzar, no obstante, un alto grado de realización espiritual. Ha habido personas que no iniciaron una práctica seria hasta un período avanzado de su vida, cuando ya tenían cincuenta o incluso ochenta años, a pesar de lo cual pudieron convertirse en grandes maestros.
-¿Ha conocido personas que hayan alcanzado esa condición? -le pregunté.
-Es difícil reconocerlos. Los verdaderos practicantes nunca alardean -contestó riéndose.
En Occidente son muchas las personas que consideran las convicciones religiosas como una fuente de felicidad; el enfoque del Dalai Lama, sin embargo, es fundamentalmente distinto al de muchas religiones occidentales, ya que depende mucho más del razonamiento y la formación de la mente que de la fe.
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Dalai Lama y Howard C. Cutler.
Edit. Mondadori Debolsillo Clave.
Barcelona, 1999
Edit. Mondadori Debolsillo Clave.
Barcelona, 1999