domingo, 2 de junio de 2019

Lo que la muerte enseña

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"Reflexionar sobre la muerte puede tener una repercusión profunda y positiva no sólo sobre la forma en la que vayamos a morir, sino también sobre cómo vivamos. A la luz de la muerte, es fácil distinguir entre las tendencias que nos dirigen hacia la integridad y las que nos inclinan hacia la separación y el sufrimiento. La palabra integridad (wholeness en inglés) está relacionada con los términos “santo” y “salud” (también en inglés), pero no constituye una unidad vaga y homogénea. Se expresa mejor como interconexión. Cada célula de nuestros cuerpos forma parte de un todo orgánico e interdependiente que debe funcionar en armonía a fin de mantener una buena salud. De modo semejante, todos y todo existen en una constante interacción de relaciones que resuena a través de todo el sistema, afectando a todas las demás partes. Cuando emprendemos una acción que ignora esta básica verdad, sufrimos y creamos sufrimiento. Cuando vivimos siendo conscientes de ella, apoyamos la totalidad de la vida y somos apoyados por ella.


Nuestros hábitos vitales tienen un poderoso impulso que nos lanza hacia el momento de nuestra muerte. Surge la pregunta evidente: ¿Qué hábitos queremos crear? Nuestros pensamientos no son inocuos. Los pensamientos se manifiestan como acciones que, a su vez, se desarrollan en hábitos, y, al cabo, nuestros hábitos fraguan en carácter. Nuestra relación inconsciente con los pensamientos puede dar forma a nuestras percepciones, provocar reacciones y predeterminar nuestra relación con los acontecimientos de nuestra vida. Podemos superar la inercia de estos patrones haciéndonos conscientes de nuestras opiniones y de nuestras creencias y lográndolo, realizamos una opción consciente de poner en duda esas tendencias habituales. Las opiniones y los hábitos rígidos silencian nuestras mentes y nos inclinan a vivir la vida en piloto automático. Las preguntas abren nuestras mentes y expresan el dinamismo implícito en la condición humana. Una buena pregunta tiene corazón, porque surge de un profundo amor a descubrir lo que es verdad. Nunca sabremos quiénes somos ni por qué estamos aquí si no nos planteamos preguntas incómodas. Sin un recordatorio de la muerte, tendemos a no valorar la vida perdiéndonos a menudo en inacabables búsquedas de autosatisfacción. Cuando mantenemos la muerte al alcance de la mano, ella nos recuerda que no nos amarremos demasiado fuerte a la vida. Quizá que nos tomemos a nosotros mismos y a nuestras ideas un poco menos en serio. Que nos dejemos llevar un poco más fácilmente. Cuando reconocemos que la muerte nos llega a todos, comprendemos que todos estamos juntos en el mismo barco. Esto nos ayuda a ser un poco más amables y mejores los unos con los otros."


"Las cinco invitaciones. Lo que la muerte enseña", de Frank Ostaseski. 2017
Tomado de Nirakara

Vídeo conferencia

martes, 9 de enero de 2018

Biografía del silencio.


"En mi opinión, nos inventamos los estados de ánimo en una gran medida. Somos responsables de nuestro estar bien o estar mal. Esas prolongaciones artificiales de las emociones pueden controlarse y hasta abortarse gracias a la meditación, cuyo propósito real, tal y como yo lo entiendo, es enseñar a vivir la vida real, no la ficticia.
¿Las emociones? No son más que la combinación de determinadas sensaciones corporales con determinados pensamientos. ¿El estado anímico? Una emoción más o menos prolongada. Las emociones y estados anímicos tienen su propio funcionamiento, pero, si nos lo proponemos, nosotros somos infinitamente más poderosos que ellos. Podemos no secundar una emoción; podemos hacer frente a un estado de ánimo. Podemos crear el estado de ánimo que deseemos. Podemos escoger qué papel representar en la función o, incluso, no representar ninguno y asistir a ella cual espectadores."

Biografía del silencio.
Pablo d'Ors.
Ed. Siruela, 2015

Letanía del ciego que ve

[...]
Que si alguien, de repente, vino para arrancarme
cuanto sembré y planté llorando por las nubes,
me torne en nube yo, me torne en planta,
que sean aún semillas mis dos ojos
en los ojos sin lágrimas del perro.

Que si hay enfermedad sirva para curarme,
sea sólo el inicio de mi renacimiento.
Que si beso y parece que el labio sabe a muerte,
amor venza a la muerte en ese beso.
Que si rindo mi mente y detengo mis pasos,
que si cierro la boca para decirte todo,
y dejo de rozar tu carne ya sembrada,
que si cierro los ojos y venzo sin luchar
(victoria en la que nada soy ni obtengo),
te tenga a ti, silencio de la cumbre,
o a ese sol abatido que es la nieve,
donde la nada es todo.
Que respirar en paz la música no oída
sea mi último deseo, pues sabed
que, para quien respira
en paz, ya todo el mundo
está dentro de él y en él respira.

Que si insiste la muerte,
que si avanza la edad, y todo y todos
a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa,
me venza el mundo al fin en esa luz
que restalla.
Y su fuego me vaya deshaciendo como llama
de vela: con dulzura, despacio, muy despacio,
como giran arriba extasiados los planetas.


De "Tiempo y abismo" (1999-2002), Antonio Colinas

martes, 12 de diciembre de 2017

Donde habite el olvido

Ya hemos dicho en otras ocasiones que tenemos nuestros místicos zen. He aquí un ejemplo más, en este poema, poderoso de fondo y forma, de Luis Cernuda. Resulta conmovedor que estos versos terminen casi con las mismas palabras que el sutra supremo del Zen, Maka Hanya Haramita Singyo (sutra del Corazón o de la Sabiduría), compuesto por el místico Najaryuna entre el siglo I y II de nuestra Era.
Donde habite el olvido, 
en los vastos jardines sin aurora; 
donde yo sólo sea 
memoria de una piedra sepultada entre ortigas 
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. 

Donde mi nombre deje 
al cuerpo que designa en brazos de los siglos, 
donde el deseo no exista. 

En esa región donde el amor, ángel terrible, 
no esconda como acero 
en mi pecho su ala, 
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. 

Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, 
sometiendo a otra vida su vida, 
sin más horizonte que otros ojos frente a frente. 

Donde penas y dichas no sean más que nombres, 
cielo y tierra nativos en tomo de un recuerdo; 
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, 
disuelto en niebla, ausencia, 
ausencia leve como carne de niño. 
Allá., allá lejos; 

donde habite el olvido.  

 "Donde habite el olvido", 
del libro "Los placeres prohibidos" (1931)


Luis Cernuda (Sevilla, 1902- México, 1963)


viernes, 14 de julio de 2017

Bardo Thodol y psicoanálisis freudiano

"Hasta aquí el Bardo Thödol, como también lo piensa el Dr.Evans-Wentz, es un proceso iniciático cuya finalidad es restaurar en el alma la divinidad que aquélla perdió al nacer. Ahora bien, es una característica de la literatura religiosa oriental que la enseñanza empieza invariablemente con el tópico más importante, con los principios últimos y supremos que, entre nosotros llegarían últimos, como por ejemplo en Apuleyo, donde Lucius es adorado como Helios sólo recién al final. En consecuencia, en el Bardo Thödol , la iniciación es una serie de clímaxes en disminución, que terminan con el renacimiento en el útero. El único “proceso iniciático” que aún vive y se practica hoy en día en Occidente es el análisis del inconsciente como lo emplean los doctores con fines terapéuticos. Esta penetración en los estamentos de la consciencia es una suerte de mayéutica racional en el sentido socrático, una manifestación del contenido psíquico que es todavía germinal, subliminal e incluso innacido. Originalmente, esta terapia tomó la forma del psicoanálisis freudiano y  se preocupó principalmente de las fantasías sexuales. Este es el reino que corresponde a la región última y más baja del Bardo, conocida como el Sidpa Bardo, donde el difunto, incapaz de aprovechar las enseñanzas del Chikhai Bardo y del Chdnyid Bardo, empieza a caer presa de fantasías sexuales y es atraído por la visión de parejas que copulan. A su tiempo, es atrapado por un útero y nace nuevamente en el mundo terreno. Mientras tanto, como es dable esperar, comienza a funcionar el complejo de Edipo. Si su karma le destina a renacer como hombre, se enamorará de su futura madre, y hallará odioso y repulsivo a su padre. A la inversa, la futura hija será acentuadamente atraída por su futuro padre, y se sentirá repelida respecto de su madre. El europeo atraviesa este dominio específicamente freudiano cuando su contenido inconsciente es traído a la luz bajo el análisis, pero marcha en dirección inversa. Viaja hacia atrás a través del mundo de la fantasía infanto-sexual hasta el útero. Incluso se ha sugerido en círculos psicoanalíticos que el trauma por excelencia es la experiencia natal misma, y es más, hasta hay psicoanalistas que afirman haber comprobado retroactivamente recuerdos de origen intrauterino. Aquí la razón occidental llega a su límite, lamentablemente. Digo “lamentablemente” porque uno más bien desea que el psicoanálisis freudiano pudiese haber proseguido felizmente estas denominadas experiencias intrauterinas mucho más atrás todavía; si hubiese logrado buen éxito en esta audaz empresa, con seguridad habría salido más allá del Sidpa Bardo y penetrado por detrás en los tramos inferiores del Chanyid Bardo. Es cierto que con el equipo de nuestras ideas biológicas existentes tal aventura no habría sido coronada por el triunfo; necesitaríase un género totalmente diferente de preparación filosófica del basado en postulados científicos corrientes. Pero si ese viaje hacia atrás se hubiese proseguido coheren- temente, sin duda habría conducido al postulado de una existencia pre-uterina, una verdadera vida en el Bardo, si sólo hubiese sido posible hallar por lo menos algún vestigio de un sujeto de la experiencia. Tal como ocurrió, los psicoanalistas nunca trascendieron las huellas puramente conjeturales de las experiencias intrauterinas, y hasta el famoso “trauma del nacimiento” ha seguido siendo una evidente perogrullada que ya no puede explicar nada, como tampoco lo puede la hipótesis de que la vida es una enfermedad con un mal pronóstico porque su resultado es siempre fatal. El psicoanálisis freudiano, en todos los aspectos esenciales, jamás fue más allá de las experiencias del Sidpa Bardo; esto es, no fue capaz de desembarazarse de las fantasías sexuales y de similares tendencias “incompatibles” que causan ansiedad y otros estados afectivos. No obstante, la teoría de Freud es el primer intento efectuado por Occidente para investigar, como si fuese desde abajo, desde la esfera animal del instinto, desde el territorio psíquico que corresponde, en el Lamaísmo tántrico, al Sida Bardo. Un muy justificable temor por la metafísica impidió a Freud penetrar en la esfera de lo “oculto”. Además de esto, el estado Sidpa, si hemos de aceptar la psicología del Sidpa Bardo, se caracteriza por el fiero viento del karma, que hace girar al difunto hasta que éste llega a la “puerta del útero”. En otras palabras, el estado Sidpa no permite volver atrás, porque está sellado respecto del estado Chónyid por un pujar intenso hacia abajo, hacia la esfera animal del instinto y del renacimiento físico. Vale decir, cualquiera que penetre en el inconsciente con postulados puramente biológicos se adherirá a la esfera instintiva y no podrá avanzar más allá de ella, pues será jalado una y otra vez, hacia atrás, hacia la existencia física." 
C. Jung. "Comentario al Bardo Thödol".

¿Quién es Dios?

He aquí unas breves palabras de C. Jung de su comentario al Bardo Thodol:

"En el Bardo Thödol es acentuadamente perceptible que aclara al difunto la primacía del alma, pues eso es lo único que la vida no nos aclara. Estamos tan cercados por las cosas que nos empujan y oprimen que nunca tenemos oportunidad, en medio de todas estas cosas “dadas” de preguntarnos por quién son “dadas”. El difunto se libera de este mundo de cosas “dadas”; y el fin de la instrucción es ayudarle en pos de esa liberación. Si nos ponemos en su lugar, obtendremos con ello una no menor recompensa, puesto que desde los primeros párrafos mismos aprendemos que el “dador” de todas las cosas “dadas” habita dentro de nosotros. Esta es una verdad que frente a toda evidencia, tanto en las cosas más grandes como en las más pequeñas, jamás se conoce, aunque a menudo es para nosotros tan sumamente necesario, en verdad tan sumamente vital, que la conozcamos."

Comentario al Bardo Thodol, de C. Jung

"El Libro Tibetano de los Muertos, o el Bardo Thödol, es un libro de instrucciones para los difuntos y los moribundos. Como El Libro Egipcio de los Muertos, tiende a ser una guía del difunto en el período de su existencia en el Bardo, descrita simbólicamente como un estado intermedio de cuarenta y nueve días de duración entre la muerte y el renacimiento. El texto divídese en tres partes. La primera parte, llamada Chikhai Bardo, describe los acontecimientos psíquicos del momento de la muerte. La segunda parte, o Chónyid Bardo, trata sobre el estado onírico que sobreviene inmediatamente después de la muerte, y sobre las llamadas “ilusiones kármicas”. La tercera parte, o Sidpa Bardo, concierne al asalto del instinto natal y de los acontecimientos prenatales. Es característico que la intuición y la iluminación supremas, y por ende la máxima posibilidad de alcanzar la liberación, confiérense durante el proceso real de morir. Inmediatamente después, comienzan las “ilusiones” que, a su tiempo, conducen a la reencarnación, a las luces iluminativas que se tornan cada vez más débiles y variadas, y a las visiones terroríficas en constante incremento. Este descenso ilustra la enajenación de la consciencia respecto de la verdad liberadora al aproximarse cada vez más al renacimiento físico. El propósito de la instrucción es fijar la atención del difunto, en cada etapa sucesiva de ilusión y engaño, sobre la siempre presente posibilidad de la liberación, y explicarle la naturaleza de sus visiones. El lama recita el texto del Bardo Thödol en presencia del cadáver."